jueves, 3 de mayo de 2012

Matrimonio Casasola-Venegas


Matrimonio Casasola-Venegas












SU MATRIMONIO. Pasado algún tiempo, venciendo algunas peripecias, quiso
casarse con su novia, menor de edad, de apenas 16 añitos, FELICINDA SAAVEDRA  TERRAZA, pero ante la oposición, con o sin razón, de los padres, se aventuró, tal el amor que  ambos se profesaban, después de haber pedido su mano, valga la modestia, raptarla, como se acostumbraba en esa época, llevándola consigo  a vivir a la sede de su trabajo, la ciudad de Retalhuleu, con las sanas intenciones que en mente por supuesto tenía, de formalizar posteriormente, la unión conyugal, ya con las aguas calmadas, el arrepentimiento y consentimiento paternal, que de antemano se presentían, como en efecto ocurrió; lugar en donde nació el primer hijo Randolfo.
Y es que los padres de la prometida, el coronel Carlos Saavedra Trabanino y Refugio Terraza Sandoval, no conocían bien a mi padre, pues ellos estaban recién venidos de Cabañas, de cuya región eran originarios, en sus negocios de carnicería, por ello el desacuerdo momentáneo justificado o no.
 DEJA EL FERROCARRIL. Deseando cumplir otras metas, decidió renunciar de la empresa del ferrocarril, para luego con la experiencia adquirida y los conocimientos del desarrollo de aquella ciudad, hoy llamada la capital del mundo, decidió regresar con su familia a esta población, en la década de los años 30, para dedicarse de lleno al comercio.
SU FAMILIA. En el curso de su vida, con su esposa Felicinda, llamada cariñosamente Chinda, procrearon diez hijos: Randolfo, Carlos Egberto, Ranulfo, Rosa Elba, Rabí Rolando, Fidel Egberto, Oscar René, Marco Antonio, Roberto y Rosa Elena, Casasola Saavedra, de los cuales ya fallecieron cuatro y sobreviven seis, con 31 nietos y algunos bisnietos, conforme se describe en el árbol genealógico inserto.
SE INICIA EN EL COMERCIO. En ese orden de ideas, recién venido de Retalhuleu, en tanto maduraba otras iniciativas de mayor envergadura que tenía en mente, estableció una pequeña fábrica de candelas de cebo y parafina, con equipo específico que incluía moldes de todas formas y tamaños, que trajo precisamente de aquella ciudad junto con otros aparatos para otros usos,  cuyo producto debidamente empacado y etiquetado vendía por docena y hasta por gruesa en tiendas de la región y de la localidad.
 Paralelamente abrió una venta de helados, que fabricaba con una máquina manual de aluminio, muy efectiva que trajo de aquella ciudad, conformada por un  tarro cilíndrico doble que servía  como depósito de la materia prima y el hielo, con movimientos giratorios y una manivela,  y luego de terminado el producto, servir vendido en copas, y anexo, un estanquillo en donde se expendía  aguardiente nacional autorizado, también por copas y a  “escupir a la calle”, porque así estaba reglamentado el negocio.
SU MAYOR IDEAL. Al poco tiempo, se decidió a hacer efectivo su mayor anhelo, el establecimiento de una importante tienda miscelánea, su primer negocio en grande, bien montada, en donde se vendía de todo, desde artículos de primera necesidad, por menor y mayor, así como  objetos de metal, desde una aguja, un botón o un zippers, hasta líneas de mayor valor, como ferretería, joyería, zapatería, ropa, telas, pelotas y zapatos de foot ball, juguetes, vidriería, artículos de tocador y vinos finos, la cual en un principio, era atendida por su esposa Felicinda y su servidumbre, mientras él se desempeñaba como agente viajero de varias e importantes casas comerciales de la capital. En la parte superior de la sala de ventas, en todo su contorno, se leía unas frases en letras de molde grandes, pintadas por Víctor Juárez, que decían: “crédito murió, mala paga lo mató”. “no quite el tiempo, tome en cuenta que las tertulias perjudican”, se supone para evitar los créditos, las platicas inútiles de los visitantes y toda clase de estorbos, dado el considerable movimiento de gente que se daba en el negocio.  
 SU VIDA PÚBLICA. Con el objeto de servir a la Patria, en cumplimiento de un deber ciudadano, se desempeñó como Alcalde y Síndico del Ayuntamiento local, en forma adhonorem, cargos que le fueron ofrecidos  por grupos de vecinos y ganados en elección popular, dada su recia personalidad, su capacidad y honradez a toda prueba.
 En sus tiempos libres, estando en la llanura, con los medianos conocimientos administrativos y de leyes que poseía, asesoró a muchas personas que necesitaban de sus consejos, haciéndoles memoriales y cartas para el trámite de algunas gestiones, ante las autoridades del gobierno central y del municipio,  incluso, de carácter judicial en los juzgados, sin costo alguno,  pues le gustaba ayudar a la gente. Eso sí, cuando el asunto era controversial, prefería abstenerse para no lastimar a la otra parte, por el grado de amistad o vecindad que pudiera existir, limitándose en tal caso, a aconsejar o conciliar la situación.
 También fue miembro de comités, de desarrollo local, miembro de la Junta Local de Educación Pública y de ternas examinadoras de alumnos, en las escuelas del municipio.
 Le gustaba la escritura y redactaba muy bien y en ese trajinar tuvo varias máquinas de escribir, entre las que recuerdo las marcas: Royal,  Underwood, Remington y últimamente una Oliveti, en su oficina, escritorio y archivos bien ordenados.
 En sus platicas recordaba, cuando cierta vez, siendo Alcalde y Juez de Paz, juntamente con el Secretario Clemente Marroquín Ibarra, fueron a la finca El Tambor, propiedad en ese entonces de Rosa Páiz, a instruir las diligencias del caso, sobre un envenenamiento colectivo acaecido, que costó la vida de más de alguno de los mozos, derivado, según sospechas, de los productos lácteos ingeridos, al haberle caído a la olla de leche, un “Talconete”, especie de lagartija abundante en la región en aquél tiempo, pero quien sabe, si era cierta tal especie, aún cuando quedó la duda, si es venenoso o no este animalito.
 Participo en la política local en tiempos de la revolución de octubre del 44,  apoyando al doctor Juan José Arévalo Bermejo, para la presidencia de la república, por el partido Frente Popular Libertador, del cual fue secretario general  municipal del mismo, un tanto desilusionado después, por el, incumplimiento de los ofrecimientos de campaña de algunos dirigentes.
Por algún tiempo, precisamente, durante el mandato del presidente Arévalo, se desempeñó como Vista y subadministrador  de la aduana de Livingston, departamento de Izabal.
 Fue un hombre inquieto, que con la experiencia adquirida en sus actividades, como agente viajero y de su tienda miscelánea, después de explorar algunos negocios, se volcó de lleno a la industria y el comercio, ensayando varios proyectos, pero desafortunadamente, la suerte, no lo ayudó en todos  sus propósitos fracasando en la mayoría, pero triunfando al final, como se verá más adelante.
Por un corto tiempo de su vida, como puede ocurrir a cualquier ser humano,  cuyas causas se ignoran, gustó de tomar licor, aspecto negativo convertido en enfermedad, que sin la intervención de terceros ni de la ciencia médica, con mente abierta, buena voluntad y valentía,  superó, y como consecuencia, de un tajo erradicó, para convertir de nuevo su vida en positiva y seguir adelante con los quehaceres normales que le imponían la conciencia y el deber.

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